jueves, 5 de marzo de 2015

Sustantivos al identificar la oración

Una de las dificultades que tienen algunos estudiantes de lectoescritura, es que, por no identificar cuando comienzan y cuando terminan una oración, no saben cuando cortarla por medio de un punto seguido. Aunque se pueden redactar muchas oraciones seguidas sin poner un punto, lo recomendable para un principiante es que no se ponga ese reto todavía. Y para identificar el sujeto de la oración, hay que identificar el sustantivo principal, es decir el referente del cual se predica algo. Por eso hemos incluido aquí, por cortesía de Sergio Gonzalez, Lingüista colombiano, un texto con ejercicios acerca de los sustantivos.


También pueden hacer link en: http://www.spanish.cl/Grammar/Notes/Sustantivos.htm





Según su clasificación más general, el sustantivo puede ser: Propio o  Común.

Propio nombra a personas, animales o cosas específicas. Se escribe siempre con mayúscula en su primera letra. Pueden ser nombres de personas, ríos, países, ciudades, de animales, de títulos, de establecimientos, etc.
Ejemplos: Raúl, Pérez, Loa, Chile, Ahumada, Biblioteca Nacional, “Minino”, Antofagasta, Presidente, Papa, etc.

Común nombra a personas, animales, cosas o ideas en forma general. Se escribe con minúscula. 
Ejemplos: muñeca, calle, mesa, gato, vaso, amor, termómetro, comedor, tigre, etc.

Los sustantivos se pueden clasificar en los siguientes pares:

1) Primitivos o derivados

Primitivos: Se trata de un sustantivo que no procede de otro sustantivo del castellano. 
Ej.: coche, pizarra, látigo, carpeta

Derivados: Se trata de un sustantivo que se ha formado a partir de otro sustantivo. Los sustantivos derivados se forman añadiendo al lexema, un morfema derivativo.

Ejemplos de sustantivos derivados:

coch (lexema) + -ecito (morfema derivativo) = cochecito
pizarr (lexema) + -ón (morfema derivativo) = pizarrón
latig (lexema) + -azo (morfema derivativo) = latigazo
carpet (lexema)+ -ita (morfema derivativo) = carpetita

2) Simples o compuestos

Simple: es el que está formado por una sola palabra.
Ejemplos: casa, almendra, sol, nube, lápiz, computador, casa, alfombra, etc.

Compuesto: es el que está formado por más de una palabra.
Ejemplos: sacapunta, casaquinta, radiotelégrafo, televisión, limpiavidrios, plumafuente, telégrafo, parabrisas, radioaficionado, montallantas, metrocable, etc.

3) Individuales o colectivos

Individual: es el que nombra a las personas, animales o cosas individualmente.
Ejemplos: pez, chancho, pájaro, soldado, libro, perro, gato, silla, plaza, etc.

Colectivo: es el que nombra en singular un conjunto de elementos iguales.
Ejemplos: cardumen (conjunto de peces), piara (conjunto de chanchos), bandada (conjunto de pájaros), ejército (conjunto de soldados), biblioteca (conjunto de libros), jauría (conjunto de perros), etc.

4) Concretos o abstractos

Concreto: es el que se puede percibir por medio de los sentidos; es decir, se puede ver, tocar, oler, escuchar, etc.
Ejemplos: botella, muralla, tierra, espina, silla, parlante, auto, persona, etc.

Abstracto: no puede percibirse por medio de los sentidos; es decir, no se puede escuchar, ni oler, ni tocar, etc.
Ejemplos: guerra, amor, belleza, odio, compañerismo, lealtad, etc.

5) Contables o incontables

Contables: Son aquellos que nombran seres u objetos que se pueden contar por unidades.
Ejemplos: Taza, mesa, lápiz, cuchara, martillo, coche (todos estos sustantivos pueden contarse por unidades enteras).

Incontables: Son aquellos que nombran seres, objetos o cosas que no pueden contarse por unidades
Ejemplos: Agua, azúcar, aire, café (estos sustantivos no pueden contarse por unidades enteras, aunque podamos medirlos).

6) Animados o inanimados

Animados: Nombran seres que se mueven por sí mismos, que tienen vida (personas o animales, u objetos personificados aunque sean de ficción (Unicornio).
Ejemplos: Niño, gusano, pegaso, maría, futbolista.

Inanimados: Nombran objetos que no se mueven por sí mismos, ni tienen vida propia.
Ejemplos: Silla, disco, naranjo, papel, espada.


Taller

1. Clasifique los sustantivos de la siguiente lista.
Ej.: amigo: Común, primitivo, simple, individual, concreto, contable y animado.

Gato, monte, equipo, Tomás, Carlos, Everest, Beatriz, armario, jabón, oso, educación, limpieza, amor, lobo, barco,  manada, flota, lápiz, vaso, calcetín, agua, sal, oro.

2. Convierta en adjetivos los siguientes sustantivos. A este proceso se le denomina adjetivación. 
Ej.: el sustantivo capricho pasa a ser el adjetivo caprichoso.

Espina, monte, flota, agua, educación, cultura, vejez, verdad, falsedad, comunidad, abundancia, paz, ternura, pegar, inquietud, eternidad, superficie.  

3. Identifique y clasifique los sustantivos que encuentre en uno de los siguientes textos.

A.  Patio de tarde

A Toby le gusta ver pasar a la muchacha rubia por el patio.  Levanta la cabeza y remueve un poco la cola, pero después se queda muy quieto, siguiendo con los ojos la fina sombra que a su vez va siguiendo a la muchacha rubia por las baldosas del patio.

En la habitación hace fresco, y Toby detesta el sol de la siesta; ni siquiera le gusta que la gente ande levantada a esa hora, y la única excepción es la muchacha rubia.

Para Toby la muchacha rubia puede hacer lo que se le antoje.  Remueve otra vez la cola, satisfecho de haberla visto, y suspira.

Es simplemente feliz, la muchacha ha pasado por el patio, él la ha visto un instante, ha seguido con sus grandes ojos avellana la sombra en las baldosas.

Tal vez la muchacha rubia vuelva a pasar.  Toby suspira de nuevo, sacude un momento la cabeza como para espantar una mosca, mete el pincel en el tarro y sigue aplicando la cola a la madera terciada.

Julio Cortázar

B.  El eclipse

Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo.  La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva.  Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte.  Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio  de las lenguas nativas.  Intentó algo.  Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles.  Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol.  Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis-les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos.  Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

Augusto Monterroso

C.  Continuidad de los parques

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer. 

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. La luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela. 


Julio Cortázar

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